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En ocasiones, sentimos la llamada de lugares que nunca hemos visitado, mucho antes de poner un pie en ellos. Es un instinto ancestral que nos susurra al oído mientras dormimos. Para Lorraine Blancher, pasar dos semanas en Atacama fue como poner pie en una fotografía que llevaba años grabada a fuego en su imaginación.


Atacama. Esta palabra sale de la boca con la misma naturalidad que la paleta de colores de la naturaleza se desplaza por un paisaje que recuerda al del planeta Marte. No solo es el desierto no polar más seco del mundo, sino que al mismo tiempo también es un fenómeno geológico con una rica historia en minería de cobre y sal. Situado junto al océano Pacífico en el tercio septentrional de Chile, el desierto de Atacama mide cerca de 1600 km de norte a sur. Blancher ardía en deseos de visitar este lugar tan mágico desde que leyó un artículo en National Geographic hace unos años. Descubrió los rasgos geológicos exclusivos del desierto más árido de la tierra, rodeado de montañas enormes donde en ocasiones nevaba a pesar de recibir unas precipitaciones de tan solo 15 mm al año. “Es un destino que me tenía intrigada desde hacía ya años, mucho antes de que se me pasara por la cabeza la posibilidad de explorar este territorio tan agreste sobre una bicicleta de montaña”, añadió. El pasado mes de junio, Blancher y el cineasta Robin Munshaw por fin encaminaron sus pasos al sur del ecuador para vivir en persona la experiencia de este territorio místico.


Cuando nos vamos de algunos lugares, se nos quedan grabados en la memoria determinados colores. Para Blancher, Atacama era un arcoíris de tonos cálidos durante el día, y el mayor planetario del mundo por la noche. “La paleta de colores iba del rojo al naranja y a un azul increíble durante todo el día”, explicó. “Luego al amanecer y al atardecer, mis horas favoritas, había un fulgor dorado que iluminaba todo el paisaje de una manera muy expecial, casi surrealista.” Atardeceres rosados, cielos morados por la noche. Horas y horas de luz dorada que parecía que nunca iba a acabar. Pero lo que más me sorprendió fue vivir una nevada en los Andes. “La luz del sol reflejada en la nieve es siempre algo muy especial. Es como si la madre naturaleza se pusiera su mejor maquillaje para lucir todo su esplendor ante los que hemos venido a disfrutar de un lugar tan hermoso”, describió Blancher.


Orientarse en este territorio no era simplemente cuestión de cargar un mapa en el teléfono. Por lo pronto, no hay cobertura en cientos de kilómetros y apenas se ha explorado sobre dos ruedas, por lo que dependían de la investigación, de los mapas de Google, de los conocimientos de los lugareños y también de tener un poco de suerte. “En un pueblo cercano, San Pedro de Atacama, está empezando a florecer la cultura de la bicicleta de montaña. El ciclista local Guilherme Hoshino nos llevó al barranco del río seco donde rodamos unas escena. Y dio la casualidad de que nos encontramos con uno de los ciclistas que mejor conoce la zona. Conocía muy bien zonas donde no llegan los turistas, y nos llevó a El Tatio, una zona de géiseres, para rodar imágenes”, señaló. Los lugareños conocen mejor el terreno, y el lugar era inhóspito y espectacular. Las aristas estaban todas muy expuestas, y había cañones profundos hasta donde alcanzaba la vista; las posibilidades de explorar nuevos sitios crecían a cada momento. 


Casi todas las aventuras tienen un componente de descubrimiento profundo. Para Blancher, este viaje representaba dos cosas: sentir la llamada de esta increíble región del planeta y por fin tener oportunidad de visitarla, y además aprovechar las posibilidades de exploración que se abren con el uso de la tecnología moderna. No hace ni siquiera 10 años, este tipo de viaje habría sido mucho más complicado. “Para mí, el desafío es esencial si quiero sentir que formo parte de una auténtica aventura. Me gusta tener que pensar y saber adaptarme para superar las dificultades”, comentó. “Estamos viviendo una de las etapas más increíbles en la historia de la humanidad. Llevamos encima una tecnología lujosa y moderna (bicicletas, sacos de dormir, GPS) que nos permite vivir este territorio inhóspito con una relativa comodidad.”

Las rutas fueron sencillamente espectaculares. “Es una sensación única la que se siente al recorrer estos espacios tan enormes y tan abiertos”, comentó con entusiasmo. “Hay un potencial inmenso. Se ve un horizonte increíble, y me sorprendió poder rodar a un ritmo tan rápido y fluido.” Recorrimos barrancos y lechos de ríos secos, las aristas eran muy exigentes, cada día era una aventura continua, desde el rosado del amanecer hasta el dorado de la puesta de sol. Es posible que Atacama sea uno de los lugares más secos de la tierra, pero es innegable que las opciones para la bicicleta son abundantísimas. 


Video and Photo Credits: Wildland Media | Text: Lacy Kemp