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LA REGIÓN

Las Hébridas son un grupo de islas situadas por encima de Escocia, hacia la izquierda. En las diminutas comunidades de estas islas, la vida transcurre a un ritmo mucho más lento. Son islas sin carreteras y con un paisaje sencillamente espectacular; no hay mejor manera de explorar esta región que con la fuerza del viento. Este complejo laberinto de pasajes entre islas, lagos y bahías presenta dificultades aún mayores incluso para el más curtido de los marinos: en primer lugar el mal tiempo, y luego la presencia de rocas, bancos de arena y buques hundidos. Tardaríamos poco en descubrir que la fuerza del viento y la navegación a vela no son la manera más eficiente de viajar si tienes prisa, ya que esta aventura también incluye largos periodos de espera. El mar abierto impone mucho respeto cuando el viento no es favorable, e incluso navegar por la costa puede convertirse en una tarea imposible con numerosas oportunidades para vomitar.

Después de unos días en el mar, llegar a tierra seca y firme sienta muy bien. Pasar las bicis desde el bote hasta el muelle recubierto de algas ya nos dio un aviso de lo que nos esperaba en nuestra aventura ciclista en la isla de Rum.  


UN RETIRO EN LA ISLA

En pleno siglo XXI, los sendereos de tierra compactada, como los de la isla de Rum (Hébridas), nos parecen una novedad curiosa, y estábamos a punto de disfrutar de muchos senderos compactados. Desde un sendero estrecho que serpenteaba en ascenso hacia la montaña disfrutamos de una impresionante vista de la vía y del Annito, el barco que había conseguido transportarnos hasta esta increíble isla a pesar de las inclemencias meteorológicas. Nuestros primeros metros sobre granito nos dejaron con ganas de seguir pisando roca, así que decidimos dirigirnos a un collado que se veía en la distancia antes de bajar a toda pastilla hacia la seguridad de nuestra casa flotante.


Una vez que habíamos saciado temporalmente nuestras ansias de montar, volvimos a confinarnos en el barco y nos dirigimos directos a un temporal de fuerza 7.

Teníamos casi a tiro de piedra la isla de Skye y el sueño de recorrer veredas doradas en la terrorífica ‘arista’, pero la distancia parecía insalvable. Fondeamos en la relativa calma de Eigg mientras esperábamos con la única compañía de una baraja y una tetera. Enseguida aprendimos que no podíamos controlar nuestra vida en el mar, sino que estábamos a merced del agua y del tiempo. Pasábamos las noches apiñados alrededor de la radio mientras esperábamos el siguiente parte meteorológico para navegantes en un idioma que hasta entonces nos resultaba desconocido. Estudiar las cartas de navegación para comprobar que a la mañana siguiente no corríamos ningún riesgo se convirtió casi en una liturgia; la vida en el bote se había apoderado de nosotros.  



ALIVIO

Muchas veces creemos que es fácil encontrar una playa seca, llana, sin rocas ni acantilados, para bajar a tierra. Tras pasar varios días difíciles en alta mar, lo único que queríamos era pisar arena, hierba y piedras. Finalmente, con un soplo de aire fresco de verano escocés en nuestros pulmones y la Arista de Skye elevándose ante nosotros, nos olvidamos de todo lo que habíamos pasado para llegar hasta allí, y lo único que importaba era la mezcla de hierba y turba que dejábamos atrás mientras subíamos a la montaña en plena euforia. Dirigimos la vista hacia atrás para ver la costa y el agua del mar que nos separaba de Rum y que ahora se nos presentaba engañosamente tranquila.

Para nosotros, un sendero es mucho mejor por el entorno y el paisaje al que te lleva. Este sendero que sube desde el valle de Glen Brittle tiene siglos de antigüedad y nos ofrece todo lo que buscamos. El agarre, las sensaciones de subir sobre granito en la cima, la gravilla áspera y dura del sendero para caminantes a mitad de camino y una línea de senderos de terciopelo que suavemente nos llevaban hasta la playa. Una sonrisa de oreja a oreja no es suficiente para describir la felicidad que sentimos al seguir una ruta tan agradable en un escenario espectacular; además de todo esto, viajar así hace que sea una experiencia todavía más increíble. 


LA VIDA A BORDO

De vuelta a Oban por el estrecho de Mull, el mar era una balsa de aceite y, de repente, nuestro viaje cobraba sentido. Salió el sol, las olas nos dieron una tregua, corría algún trago de whisky escocés... por fin nos olvidamos de nuestro ritmo de vida habitual y nos dejamos mecer en las olas sobre cubierta mientras las velas aleteaban suavemente. Una vez más, el espíritu de la aventura nos había llevado lejos del mundanal ruido en busca de algo diferente, pero esta vez había sido diferente porque el viaje en sí nos ofreció tantas experiencias como nuestras rutas en bicicletas; lo verdaderamente importante no es el destino, sino el viaje. Así nos despedimos con un poquito de música melosa, un atardecer y las lágrimas asomándose a nuestros ojos. 


Vídeo/Fotografía: Sam Flanagan