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PRÓLOGO

Texto de Andy van Bergen

La historia original se publicó en Cycling Tips.

Cuando compramos una bicicleta, nuestro razonamiento es que queremos reforzar nuestro lado creativo. Pero la verdad es que cuando queremos justificar los gastos que hacemos en el segmento de ciclismo de aventura / rutas por caminos de tierra, lo que estamos haciendo en realidad es volver a nuestra infancia. Esa infancia que pasamos explorando los límites del barrio a los pedales de nuestra siempre fiel bici de BMX.

Hoy en día seguimos pisando los charcos, pero la diferencia es que nuestra mamá no nos llama a gritos para que volvamos a casa a merendar.

Cuando preparamos nuestro viaje de CyclingTips por carreteras secundarias, pistas y caminos de tierra del High Country de Victoria, Australia, teníamos dos cosas muy claras.

En primer lugar, si estas bicis ‘todocamino’ iban a ser nuestro vehículo de exploración, lo mejor sería escoger rutas en mapas topográficos de formato analógico, en lugar de limitarnos a los mapas digitales de Strava. En segundo lugar, era importante ampliar nuestros horizontes ciclistas además de descubrir nuevos territorios.



Con estos dos principios que nos guiaban y un par de cervezas, abrimos un puñado de mapas deslavazados de la editorial Rooftop encima de la mesa y planificamos el fin de semana. Me acompañarían dos ciclistas que afrontaban su primer viaje por carretera: Monika — directamente desde las llanuras de Minnesota, Estados Unidos, y  excampeona del mundo de ciclismo sobre tierra —, y Matt — un experto ciclista de carretera muy conocido en Melbourne, Australia, reciente vencedor de la  Preston Mountain Classic, pero sin experiencia en ciclismo por pistas no pavimentadas.

No solo sería una excelente oportunidad para descubrir nuevos territorios, sino que además mis compañeros se verían expuestos a una experiencia completamente diferente.

Escogimos detenidamente una serie de carreteras y pistas con poco tráfico, recomendaciones personales y ‘lugares interesantes’ marcados en las notas de los mapas: lo mejor que se puede hacer con unos mapas topográficos Rooftop.

La mañana siguiente realizamos unos ajustes de última hora en nuestras bicicletas Addict Gravel de SCOTT, y nos pusimos en camino.


DÍA 1: MONTE ST. GWINEAR – PRESA DE THOMPSON – MONTE BAW BAW

Texto de Matt Robertson

Me apunté a esta aventura de viaje como experto en ciclismo de carretera. La única experiencia que tenía de montar sobre superficie de tierra había sido algún atajo que tomaba por una carretera de gravilla compactada de 5 km de camino al trabajo.

El verano pasado se puso de moda entre la comunidad ciclista de Melbourne salir por caminos y pistas de tierra en bicicleta de carretera; incluso se creó el hashtag #summerofgravel  y daba la impresión de que lo utilizaba toda persona que tuviera bicicleta.

Por mi parte, opté justo por lo contrario, porque para mí la mejor forma de divertirme en la bici era recorrer carreteras recién pavimentadas (#summeroffreshlypavedroads). Tenía la idea preconcebida de que los ciclistas querían recorrer pistas de tierra porque no tenían la suficiente velocidad para ir por asfalto.


Hace un año me enfrenté a uno de esos problemas que solo tenemos en el mundo desarrollado: quería tener una segunda bicicleta (le dije a mi pareja que “la necesitaba’), pero dudaba entre una de contrarreloj o una de cross country. No lo tenía claro, hasta que asistí a una carrera nacional de cross country: hacía un frío que pelaba, no sentía las manos, tenía los pies cubiertos de barro y no estaba a gusto viendo la carrera. Tres días después ya tenía la bici de contrarreloj en la cochera.

Por eso me hacía tanta ilusión pasar una semana de viaje por carreteras espectaculares, pero al mismo tiempo no tenía muy claro que hubiéramos elegido el mejor terreno y las bicicletas adecuadas.

Cuando llegamos a la cima del Monte Baw Baw ya casi al atardecer y tiritábamos con la ventisca que nos cayó, estaba claro que el verano de Melbourne había quedado atrás. La primera noche me desperté varias veces por el ruido de la lluvia intensa, y estaba algo nervioso por la ruta del día siguiente.


El recorrido lo teníamos trazado en una fotocopia mal hecha de un mapa Melway. Eran 126 km, mezcla de tierra y asfalto, con un desnivel positivo de más de 3000 metros. Incluía dos largos ascensos a dos picos, la subida al Monte Saint Gwinear sobre tierra y el terrorífico ascenso por carretera hasta el Monte Baw Baw. Aunque todo eso se mostraba en el mapa con unas sencillas marcas, sabíamos lo que esos nombres representaban.

Si no conoces el Monte Baw Baw, te diré que se considera uno de los puertos de montaña más exigentes de la región de Victoria porque es una rampa muy dura y constante. Tiene un promedio del 11 % en 6,4 km con tramos superiores al 20 %. Se suponía que ese era el premio de la jornada, que nos esperaba después de pasar varias horas machacando las piernas.

No es lo más habitual empezar un puerto de montaña con un descenso, y habría tenido la sensación de haber estado haciendo trampa si no hubiera sabido que

volveríamos a subir al Baw Baw 10 horas y 120 km más tarde.

Era la primera vez que tenía la oportunidad de probar unos frenos de disco durante las terroríficas curvas del descenso del Baw Baw. Me impresionó la modulación y la potencia de frenado a alta velocidad; ahora comprendo por qué están tan de moda. Era un descenso muy técnico, y se agradecía no tener que estar pensando en si las llantas se sobrecalentarían.

Algunas veces me han comentado que desciendo como un triatleta. Me hubiera gustado que me vieran bajar con la seguridad que me ofrecían los frenos de disco. Bajé por lo menos igual de bien que un duatleta. 



Al pie del Monte Baw Baw comenzaba nuestro primer tramo largo sobre tierra. Enseguida vi que con una bicicleta preparada especialmente para esta superficie, montar sobre tierra era muy diferente a lo que yo había hecho hasta ahora. La bicicleta tenía agarre en los giros, la rueda delantera no se iba de la trazada, y las cubiertas respondían en los ascensos intensos y cortos.

Cuando me vi a los pedales de una bici para caminos de tierra me acordé de cuando me dieron mi primera BMX. La diferencia es que esta vez, en lugar de evitar los charcos, empecé a cruzarlos sin dudar e intentaba derrapar o hacer un caballito cada vez que tenía ocasión (sin mucho éxito, todo sea dicho).

A medida que avanzábamos por la tierra, empecé a comprender por qué se ha puesto de moda este tipo de ciclismo: se trata simplemente de disfrutar de una libertad sin límites para explorar nuevos lugares. Mientras subíamos al Monte Saint Gwinear cruzamos una serie de cortafuegos, y nos asomábamos y decíamos: ¿creéis que por ahí se podrá bajar?”

No nos lo pensamos mucho para desviarnos por los caminos que nos parecían más atractivos, y mientras negociábamos terrenos resbaladizos, inundados o repletos de roderas, nos preguntábamos si habíamos confiado en exceso en nuestras posibilidades o si habríamos descubierto un tesoro oculto.


También descubrí, para mi pesar, que cuando ruedas por un terreno tan variable es más probable que surjan problemas mecánicos. Cuando todavía nos quedaban 40 km por recorrer y estábamos en mitad de ninguna parte, un palo salió disparado y partió en dos el cambio trasero de Andy. No se rompió el gancho, sino que el cambio se partió limpiamente por la mitad.

Por suerte llevábamos coche de apoyo, porque la única forma que habría tenido de continuar sería ir con una sola marcha, y acabar la etapa con el ascenso al Baw Baw sin poder cambiar de marcha es algo muy, muy complicado. Habría sido sencillamente un paseo muy lento.

Cargamos la bici en la baca del coche y seguimos adelante (y arriba) hasta el Monte Baw Baw. Conseguimos subir porque llevábamos un generoso 34-32 y cuando al fin conquistamos la cumbre, nuestras sombras alargadas se proyectaban en un halo fantasmagórico.

En dos días pasé de ser un escéptico a ser (casi) un devoto de las rutas por tierra. Todavía no he cambiado la bici de contrarreloj por otro modelo, pero he decidido que ha llegado el momento de invocar la regla de "n+1": ¡siempre hay sitio para una bicicleta más en la cochera!


DÍA 2: RUTA DE LA CORDILLERA BLUE RAG

Texto de Andy van Bergen

Cuando leíamos las notas al pie del mapa de la cordillera Blue Rag no teníamos claro si era una invitación a ir a ver la zona o a alejarnos lo máximo posible. Probablemente deberíamos haber optado por la segunda opción.

“Aviso. Esta pista incluye tramos de pendiente extrema y los desprendimientos de rocas pueden dificultar la marcha”.

Había otra nota al pie que decía: “Esta pista fue recorrida en su totalidad por un ciclista en 2015” Simplemente con ver que este logro había sido digno de incluir su propia nota al pie (la única nota de ciclismo incluida en un mapa pensado para 4x4) teníamos la impresión de que nos dirigíamos a la ruta menos transitada del mundo.



Estábamos en el Monte Baw Baw, y la cordillera Blue Rag no estaba tan lejos, era una serie de marcas señaladas en el mapa donde aparecían multitud de anillos de cotas concéntricas en un espacio bastante reducido.

Estaba cerca sobre el papel, porque todavía nos quedaba un viaje de cuatro horas en coche. La primera mitad del día la dedicamos al desplazamiento, y pudimos disfrutar del entorno, recuperar el contacto con el mundo real y leer el correo electrónico hasta que, por fin, llegamos cerca de Dargo.

Cuando llegamos al  Hotel Dargo (¿queréis cambiar de árbol? No queda nada libre…) Fue una auténtica sorpresa encontrar, a  mitad de semana,

grupos y grupos de ciclistas en este pub, en mitad de ninguna parte. 

Los participantes de la  Chain Reaction Ride se habían detenido a descansar sin saber la sorpresa que les aguardaba después del almuerzo.

Nada más salir del pueblo, la carretera se empina más y más en una serie interminable de rampas y repechos; estamos ante los terroríficos 10 km finales de la  carrera Stratford-Dargo. Cuando llegamos a la cima, teníamos la vista del horizonte infinito para nosotros solos (a excepción de unas vacas que recorrían lentamente la carretera ajenas al espectáculo).


Mirando el mapa, no estaba claro cuánto nos podríamos acercar a la arista. Nada más salir del coche teníamos una zanja profunda seguida de un ascenso con rampas superiores al 20 % y con numerosas roderas. La única opción que teníamos era subirnos a la bici, seleccionar el piñón más grande y subir poco a poco por un repecho descompuesto.

Cuando superamos la primera cresta, ya pudimos ver el terreno donde íbamos a pasar las próximas horas jugando con la bici. En el horizonte se perdía una pista zigzagueante y con giros imposibles, colgada sobre la montaña, nada que ver con las carreteras convencionales que evitan las pendientes excesivas, y que simplemente seguía la línea más alta de la arista.

Aunque veíamos la cima de la arista ante nosotros, hasta que no subíamos a la cresta no veíamos cuánto teníamos que bajar antes de volver a subir para luego bajar y volver a subir una vez más …



Cuando vimos lo empinado que era el descenso y la correspondiente rampa de subida que nos esperaba a continuación, corrieron las apuestas para adivinar el porcentaje de la pendiente que teníamos ante nosotros. Parecía una pendiente dura, pero no teníamos mucha referencia por la perspectiva. Mientras discutíamos si era o no posible montar en bici por este terreno, observamos cómo por la pista bajaba un puntito; era un 4x4 que descendía muy, muy despacito. Cuando nos llegó el sonido del coche desde el otro lado, resultaba evidente que estaban bajando con muchísimo cuidado.

El sonido que nos llegaba era una mezcla del ruido del freno motor que intentaba retener el coche, los bajos del coche rozando con el suelo por las roderas, las piedras que caían y los golpes metálicos de la carrocería.

“Vamos a bajar y subir este tramo, y luego ya veremos qué tal pinta la cosa”. Esa frase la repetiríamos luego varias veces durante las horas siguientes mientras recorríamos descensos complicados de controlar (a veces teníamos que bajarnos de la bici para evitar rajar las cubiertas) y ascensos donde nos picábamos entre nosotros para ver quién era el primero “que llegaba al siguiente barranco”.

Con el regusto del polvo en la boca y las gafas empañadas del sudor, todos pensábamos lo mismo pero nadie se molestaba en verbalizarlo: cada vez que parábamos, todos sabíamos que todavía nos quedaba un buen tramo por delante.



Por fin conseguimos llegar al mojón que el servicio cartográfico utilizó para triangular y medir con precisión la zona del High Country y lo celebramos con una doble ración de agua. El premio de esta ruta con promedios de velocidad de un solo dígito era una panorámica de azul sobre azul y montaña tras montaña que se perdía 360 grados hasta el infinito.

Un grupo que iba en 4x4 se quedó asombrado al vernos y nos hizo los típicos comentarios jocosos cuando nos vio en cuclillas junto a las “bicicletas de carretera” bajo un sol implacable y contemplando lo que nos quedaba por recorrer para volver al coche. Sin duda, para este camino nos hubiera venido mucho mejor una bicicleta de montaña, pero entonces no nos habríamos divertido tanto.


DÍA 3: RUTA DE GOLDIE SPUR

Texto de Monika Sattler

A diferencia del sol implacable que nos acompañó en la zona de High Plains, la mañana siguiente nos encontramos con que llovía a cántaros. Aunque parecía que se iba a caer el techo del ruido que hacía la lluvia, yo ya sabía que este equipo no se iba a quedar en casita simplemente porque hiciera mal tiempo. Aún así, disfrutamos de una segunda (y una tercera) taza de café y el desayuno se alargó durante dos horas; no parecía haber ninguna prisa.

Pero daba igual cuánto tiempo esperáramos, porque no paraba de llover. ¡Hoy tocaba mojarse!

En primer lugar nos íbamos a dirigir a la ruta de Goldie Spur, un largo ascenso sobre tierra a espaldas del Monte Buffalo. Ya habíamos subido en alguna ocasión la tradicional ruta al Buffalo, pero teníamos curiosidad por conocer las pistas de tierra que rodeaban la ladera del monte.

Con la lluvia, la tierra se había transformado en una especie de masa y Andy, Matt y yo no tardamos en competir por ver quién se embarraba más. “Monika, tienes que dejar de evitar los charcos. ¿Por qué estás todavía tan limpia?” Yo ya veía cómo iba a acabar todo esto.


El paisaje y el tiempo tan especial que teníamos le daban una sensación mística a este lugar. Las nubes bajas. La bruma. La luz fantasmagórica. De vez en cuando, un rayo de sol se colaba entre las nubes. Las cascadas de agua que se habían formado por los roquedales del Monte Buffalo. Las espectaculares vistas de las gargantas repletas de árboles.

Cada curva que dábamos nos ofrecía una nueva vista, otra oportunidad de sacar el móvil, quitar las gotas de lluvia del objetivo y echar otra impresionante foto. Era un lugar imponente, muy pintoresco.

Se ve que esa mañana tampoco habíamos preparado la ruta muy a fondo, porque el ascenso era muy superior a lo que esperábamos. Entre la saturación de la lluvia y la bruma que nos envolvía, no conseguíamos secarnos, y con un poco de viento que hiciera en la cima las condiciones serían antárticas. Tiritamos, nos cubrimos con más capas de ropa, agitamos los brazos para favorecer la circulación y nos soplamos en los dedos para intentar calentarnos antes de asumir el largo descenso.

Teníamos la cara cubierta por una mezcla de lágrimas por el viento, lluvia y barro, hasta que por fin atravesamos las nubes y encontramos temperaturas comparativamente ‘calientes’ aunque siguiera lloviendo.



Durante el descenso nos encontramos con la sorpresa de que en el centro del camino se había formado un arroyo que crecía rápidamente. Un lecho de río seco que aparecía indicado en el mapa se había convertido ahora un torrente de agua bastante ancho.

Recordamos los regatos que habíamos cruzado ese mismo día al otro lado de la montaña, y enseguida llegamos a la conclusión de que lo más probable es que ahora también estuvieran desbordados. El problema no era cruzarlos con la bici, sino conseguir que pasara el coche de apoyo.

Tras cruzar varias veces con la bici para calibrar la profundidad del agua, decidimos que era el momento de cruzar con el coche, sobre todo si teníamos en cuenta toda la lluvia que nos había caído en la cima, porque toda esa agua tenía que bajar hacia donde estábamos nosotros en ese momento. Aguantamos la respiración mientras veíamos nuestro Holden de apoyo saltar por el arroyo hasta llegar al otro lado.

Cargamos las bicis, con 10 kg de barro añadido, y nos agolpamos frente a la calefacción del coche mientras nos retirábamos.


La semana había empezado con una mezcla de tramos planificados con el máximo detalle y otros donde ‘teníamos una idea muy aproximada’ de lo que nos íbamos a encontrar. Habíamos visto qué fácil era perderse (consejo de profesional: una fotocopia arrugada de un mapa de la editorial Melway no ofrece información suficientemente detallada), y sufrimos en nuestras carnes uno de los temibles cambios de tiempo repentinos que se dan en la zona de High Country.

Habíamos descubierto rutas secundarias intrigantes, habíamos montado sobre superficies que pusieron al límite las capacidades de las bicicletas (por no hablar de las nuestras), y habíamos superado una jornada en la que la inmensa mayoría de los aficionados al ciclismo se habrían quedado tranquilamente en casita.

El ciclismo de aventura es un deporte que aún está "en pañales", y puede resultar algo difícil de definir. Pero si hemos descubierto algo en estos días que hemos pasado en la zona de High Country de Victoria (Australia), es que el ciclismo de aventura puede describirse como una curiosa mezcla de experiencias que no se pueden vivir en ninguna otra parte.



Fotos de Tim Bardsley-Smith